Morelia, Michoacán— Gerardo Fernández Noroña, autodenominado ‘tribuno del pueblo’ y figura histórica de la izquierda contestataria, ha sido por años una voz que denunció sin reservas las injusticias del Estado. Su discurso encendido, su retórica directa y su cercanía con las luchas sociales lo convirtieron en referente de una izquierda combativa. Pero hoy, ese mismo discurso parece haber entrado en una peligrosa mutación.
El caso Ayotzinapa lo consolidó como uno de los más duros críticos del sistema. “Crimen de Estado”, “asesinos”, “complicidad del gobierno”, eran algunas de sus palabras favoritas para describir la desaparición de los 43 normalistas. Entonces, no necesitaba pruebas para condenar: bastaban los testimonios de las madres y padres, la indignación social, y la impunidad rampante.
Pero en 2024, cuando cinco jóvenes fueron reportados como desaparecidos en Teuchitlán, Jalisco, y posteriormente se hallaron restos humanos en la zona, Fernández Noroña asumió un tono radicalmente distinto. Cuestionó la narrativa de desaparición, puso en duda la información oficial y —lo más indignante para muchos— desacreditó públicamente la palabra de las madres buscadoras.
“No sabemos si están desaparecidos o si es otra cosa… No se puede hablar a la ligera sin pruebas,” dijo en una entrevista, ignorando que los familiares ya habían denunciado la desaparición formal ante las autoridades y estaban participando activamente en la búsqueda.
Más aún, en redes sociales se dio el lujo de descalificar las versiones que las madres buscadoras habían hecho públicas, sugiriendo que sus testimonios “podrían estar equivocados o ser manipulados”.
Para muchas madres buscadoras y colectivos de desaparecidos, estas declaraciones no sólo son decepcionantes, sino ofensivas. “Antes se subía al templete con nosotras, gritaba justicia y nos prometía que el nuevo gobierno sería diferente. Hoy nos llama mentirosas”, dijo una integrante del colectivo Luz de Esperanza, que participa en brigadas de búsqueda en Jalisco.
En lugar de respaldar a quienes llevan años cavando con sus propias manos en busca de restos humanos, Noroña optó por colocarse del lado del escepticismo institucional. Una postura que, en otros tiempos, habría criticado con furia.
¿Transformación o traición?
El giro de Noroña no es sólo discursivo: es simbólico. Representa el tránsito de muchos actores políticos que, al llegar al poder o acercarse a él, adoptan las mismas actitudes que antes condenaban. Ya no hay contundencia ante el dolor ajeno, sino cálculos y discursos ambiguos.
Lo que antes era empatía, hoy es desdén. Lo que antes era valentía para señalar al Estado, hoy es tibieza o complicidad. El Fernández Noroña de Ayotzinapa hubiera marchado junto a las madres de Teuchitlán; el de hoy les exige pruebas, datos duros, informes forenses.
“Es profundamente grave que un político que se decía del lado del pueblo cuestione la palabra de las madres buscadoras, que son quienes han hecho el trabajo que el Estado se ha negado a hacer por años”, señaló Renata Cruz, socióloga y especialista en movimientos sociales.
Entre el poder y la memoria
Fernández Noroña ha dicho que sigue comprometido con los derechos humanos. Pero sus palabras recientes pintan otro panorama: el de un político que parece haber perdido el vínculo con quienes antes representaba. Que ahora duda de las víctimas, y prefiere no incomodar al poder, al menos no cuando puede afectarlo electoralmente.
En el México de hoy, donde más de 100 mil personas siguen desaparecidas y donde las madres buscadoras son la única esperanza para miles de familias, que una figura pública les cierre la puerta, cuestione su lucha y dude de su palabra, no es solo un cambio de discurso. Es un acto de traición.